Na Europa, na Africa, na America tem uma lenda, a lenda de um homem que vôa, um filho do ar, que ás vezes, ao descer para a terra, como que recebe da terra mostras de justo resentimento pelo muito que parece desdenhal-a.
Ainda ultimamente, em S. Luiz, nos Estados-Unidos, esteve, ao descer do ar, para ser victima de uma grande catastrophe, que o telegrapho noticiou, e que causou dolorosa impressão em toda Lisboa.
Refiro-me a Antonio Infante, aeronauta portuguez... unico!
Foi em 1883 que elle fez em Lisboa, na explanada do antigo Colyseu, a sua primeira ascensão, com o Beudet, lembram-se?
Toda a gente ficou admirada de que um rapaz bem nascido, que apenas conhecia a região do Chiado, se affoutasse a ir devassar os mysterios da região do éther, porque nós os portuguezes, como sempre nos tem acontecido em tudo, lançamos ao ar o primeiro balão, ensinamos os outros a serem aeronautas e nunca mais o quizemos ser.
Parece que no ar, como na terra, tudo está em dar o primeiro passo... perdão, o primeiro vôo.
Antonio Infante fez em Lisboa segunda ascensão, e depois, como o socio do Beudet se desligasse da empreza, Antonio Infante continuou a sociedade e foi-se para Hespanha com o antigo socio do Beudet.
Em Madrid realisou uma ascensão tendo por companheiro um homem conhecido, Ducascal, actualmente deputado e, passando a Italia, subiu em Napoles com o director do Observatorio á altura do seis mil e quinhentos metros, por tal signal que o sabio do Observatorio, tendo lá em cima a vertigem do infinito, encolheu-se no fundo da barquinha, e mandou ao diabo a sciencia e as observações.
Eu faria o mesmo, se tivesse perpetrado uma tal aventura.
Mas em Napoles esteve Antonio Infante para representar involuntariamente n'uma tragedia aerea, porque elle não conhece outras.
Procurou-o um desconhecido e propoz-lhe que, a troco d'uma certa quantia, o levasse no balão. O aeronauta acceitou, e, no dia aprasado, estava já o balão quasi cheio de gaz, quando a policia appareceu e prendeu o desconhecido.
Seria um salteador—os salteadores são tão vulgares em Napoles!—que recorresse a esse meio de escapula?
Nada d'isso.
Era apenas um suicida, que já por mais vezes havia attentado contra a existencia, e que d'aquella vez sonhára despenhar-se no infinito...
Se a policia não acode tanto a tempo, Infante teria tido que luctar com o homem dentro da barquinha ou, se elle houvesse podido suicidar-se, teria que livrar-se da suspeita de um crime. | En Europa, en África, en América, existe una leyenda, la leyenda de un hombre que vuela, un hijo del aire que, a veces, al descender a la tierra, es como si percibiese de esta muestras de resentimiento por lo mucho lo parece despreciar. Pero últimamente, en S. Luiz, que está en los Estado Unidos, mientras descendía en el aire, fue víctima de una enorme catástrofe de la que informó el telégrafo y que dejó una dolorosa huella en toda Lisboa. Me estoy refiriendo a Antonio Infante, el piloto portugués... ¡único! Fue en 1883 cuando hizo su primer ascenso en Lisboa, en la explanada del antiguo coliseo, con Beudet, ¿recuerdan? Todo el mundo se quedó asombrado de que un niño de buena familia, que apenas conocía la región de Chaido, quisiera irse en busca de los misterios de la región del éter, porque nosotros, los portugueses, como siempre sucede con todo, lanzamos el prime globo, enseñamos a otros a pilotar y ya nunca más quisimos hacerlo nosotros mismos. Parece que en el aire, como en la tierra, todo se trata de dar el primer paso... perdón, el primer vuelo. El segundo ascenso de Antonio Infante fue en Lisboa, y después, como el socio de Beudet se había desligado de la empresa, Antonio Infante continuó la sociedad y se fue a España con el antiguo socio de Beudet. Realizó otro ascenso en Madrid teniendo como compañero un hombre conocido, Duascal, actualmente diputado, y a su paso por Italia, en Nápoles, subió con el director del observatorio a seis mil quinientos metros, fue tal la experiencia que el sabio hombre del observatorio, que tenía vértigo al vacío desde allí arriba, se acurrucó al fondo de la barquilla y mandó al diablo a la ciencia y a las observaciones. Yo haría lo mismo si hubiese emprendido tal aventura. Pero cuando se encontraba en Nápoles, Antonio Infante casi fue parte, involuntariamente, de una tragedia aérea por no conocer a los demás. Un extraño lo buscó y le pidió que, a cambio de cierta cantidad, le llevara en el globo. El piloto aceptó, y el día acordado, estaba el globo casi lleno de aire cuando apareció la policía y arrestó al desconocido. ¿Se trataba de un ladrón? —los ladrones en Nápoles son tan vulgares—¿quién recurre a este medio de huida? De eso nada. Se trataba de un suicida que había atentado contra su vida otras veces y, en aquella ocasión, soñaba con precipitarse al vacío... Si la policía no hubiese llegado a tiempo, Infante hubiese tenido que forcejear con el hombre dentro de la barquilla, o se hubiese podido suicidar teniendo después que librarse de la sospecha de que hubiese cometido un crimen. |