English to Spanish: El costo de las desigualdades multidimensionales en Chile... General field: Social Sciences Detailed field: Journalism | |
Source text - English A protest foretold: chronic social upheaval in Chile
But the reality is that Chile has experienced a succession of social protests in recent years. In 2006, schoolchildren protested against poor education and conditions in schools. The 2010 earthquake was accompanied by violent looting and generated widespread grassroots movements that organised local communities to participate in the reconstruction process. In 2011, students took to the streets for months on end to demand education reform, and there were also extensive environmental protests during the same year. In 2016, the population mobilised against the country’s privatised pension system. And now, in 2019, we are seeing the most sustained and violent protests in living memory.
Chilean citizens have become more aware of their rights. They are becoming more organised as an increasing number of NGOs and civil society organisations emerge and flourish. They increasingly distrust authority and public institutions and are more conscious than ever of the unequal distribution of political and economic power in the country. They have also become significantly more sensitive to the indignities that they suffer as a result of these ingrained inequalities.
Yet these protests are also different from the ones that preceded them. They are not led by a particular social movement, seeming to have sprung up from nowhere with a strong and violent anarchist component. They are not about a single issue, least of all the relatively simple problem of increased metro fares. They have brought more people out into the streets than ever before, and not just in Chile’s capital, but also in the country’s regions. They have even mobilised people from all social classes, including in high-income areas of Santiago, prompting the weekly news magazine Qué Pasa (read by Chile’s elite) to wonder why young people from such wealthy areas should be feeling such a degree of solidarity with the city’s less fortunate.
And these protests have for the first time seriously affected they country’s economic activity, with the degree of damage to half of Santiago’s metro stations paralysing the city and preventing people from getting to work. Supermarkets have been looted and vandalised. The head offices of the Italian energy company ENEL were set ablaze. As a result, many businesses across the city closed during the protests, whereas others were hit by the curfew. Meanwhile, lorry protests blocked the city’s motorways and burnt-out buses blocked ordinary traffic around the city. To top it off, Santiago’s international airport overflowed with stranded passengers. Questions were immediately raised about whether these protests would affect Chile’s standing amongst foreign investors. | Translation - Spanish Crónica de una manifestación anunciada
La realidad es que Chile ha vivido una sucesión de manifestaciones sociales en los últimos años. En 2006, los escolares del país se manifestaron contra una educación de baja calidad y malas condiciones de los colegios. El terremoto de 2010 estuvo acompañado de violentos saqueos y dio origen a una variedad de movimientos ciudadanos que organizaron la participación de las comunidades en el proceso de reconstrucción. En 2011, los estudiantes se tomaron las calles durante meses para exigir una reforma educacional; ese mismo año, en el país se realizaron también grandes manifestaciones por el medioambiente. En 2016, la población se movilizó contra el sistema privatizado de pensiones del país. Y ahora, en 2019, estamos presenciando las manifestaciones más prolongadas y violentas que podemos recordar.
Los ciudadanos chilenos han tomado más conciencia de sus derechos. Se están organizando de mejor manera a medida que se crean y prosperan cada vez más ONG y organizaciones de la sociedad civil. Su confianza en la autoridad y en las instituciones públicas va en franco declive, y están más conscientes que nunca de la distribución desigual del poder político y económico en el país. También se han vuelto considerablemente más sensibles ante los agravios que sufren producto de estas desigualdades tan arraigadas.
Sin embargo, estas manifestaciones también difieren de aquellas que las preceden. No están dirigidas por un movimiento social específico y parecen haber surgido de la nada, con un fuerte y violento componente anárquico. Su origen no es uno solo, mucho menos el problema relativamente simple del alza del pasaje del metro. Han convocado a más personas a las calles que ninguna otra, no solo en la capital sino también en ciudades de otras regiones del país. Incluso han logrado movilizar a personas de todas las clases sociales, incluyendo a residentes de las áreas de altos ingresos de Santiago, lo que ha llevado a la revista semanal Qué Pasa (leída por la élite chilena) a preguntarse qué es lo que lleva a jóvenes de áreas tan afluentes a sentir tal grado de solidaridad con los más desfavorecidos de la ciudad.
Y, por primera vez, estas manifestaciones han afectado gravemente la actividad económica del país: el daño que ha sufrido la mitad de las estaciones del metro de Santiago ha paralizado la ciudad e impedido que las personas lleguen a su trabajo. Los supermercados han sido saqueados y vandalizados. Las oficinas centrales de la empresa eléctrica italiana ENEL fueron incendiadas. A raíz de esto, muchos negocios de la ciudad cerraron sus puertas durante las manifestaciones, mientras que otros se vieron afectados por el toque de queda. Al mismo tiempo, las protestas de los camioneros bloquearon las autopistas de la ciudad y buses quemados bloquearon el tráfico normal en la ciudad. Como si todo esto fuera poco, los pasajeros varados desbordaron el aeropuerto internacional de Santiago. Las preguntas relativas a si estas manifestaciones afectarían la reputación de Chile ante los ojos de inversionistas extranjeros no se hicieron esperar. |